
Dar el pecho, sacrificarse, amar. Además de estas tres increíbles cosas, que quizás para los incrédulos pueden resultar triviales, pero que llevan intrínsecas una significativa cuota de milagro; las madres, las buenas de verdad, realizan muchas otras.
Una mamá tiene toda la paciencia del mundo para tratar con su hijo. Toda vez que pare, la naturaleza la dota de tal cualidad.
Ella es tolerante. Desarrolla la capacidad de aceptar a su criatura sea como sea; porque contrario a serle ajena, le pertenece, le es suya como el fruto a su árbol.
El perdón de madre no conoce límites. Tiene la magnífica peculiaridad de ser infinito. Cuando un hijo pide perdón y aun si no lo pide, mamá lo disculpa y deja atrás el error como si nunca hubiera sucedido. Tomando lo positivo de tal experiencia y suprimiendo la culpa y el castigo.
La séptima cosa increíble que una mamá hace por su hijo es su propia superación personal. Quizás no la superación de su intelecto, pero sí el cultivo de su alma, sus modales, su carácter, su reacción ante los estímulos que le brinda el mundo. Mamá se crece para servir como ejemplo.
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